viernes, 13 de enero de 2017

La plaza


Juan quedó cesante justo antes de navidad y eso lo obligó a hacer algunos ajustes en su vida, partiendo por sacar a su hijo del jardín. Pensó que así no sólo ahorraría dinero, también pasaría tiempo de calidad junto a él. Pero sacar a un niño de 3 años ya adaptado al jardín y a sus juegos y compañeros no es fácil. ¿Qué hago para que se entretenga?, pensó. Comenzó a llevarlo diariamente a la plaza cerca de casa. Primero una hora, después dos. Con los días, el niño se fue haciendo de nuevos amigos y apenas almorzaban tomaba su mochila para partir. Se había convertido en rutina. Una agradable rutina. Después de un par de semanas, Juan ya ubicaba a algunas nanas y mamás. Se saludaban levantando las cejas y soltando ese hola con la “o” arrastrada que es tan chileno.

Su tiempo en la plaza consistía en vigilar a su hijo, revisar el celular y observar a la gente ir a venir de la plaza. Odiaba a la mamá que alternaba entre el inglés y el castellano para dirigirse al hijo. Adoraba a la abuelita que paseaba un bóxer blanco. Les intrigaba escuchar las conversaciones del grupo de nanas que se juntaban diariamente con sus niños rubios a cargo. Un día se concentró en una especialmente. Una mujer de unos treinta años, negra y de largas trenzas. Si era haitiana o colombiana era algo que aún no podía determinar. Días después, se atrevió a hablarle. ¿Qué edad tiene el niño?, le preguntó. Y eso bastó para intercambiar preguntas por respuestas al menos por tres minutos. Al otro día Juan la buscó y la encontró nuevamente, rodeada de las mismas nanas y niños. Le preguntó su nombre y él le dio el suyo. Hablaron por otros 3 minutos. Él deslizó que estaba sin trabajo. Ella, que tenía un hijo de nueve años en Ecuador. Al día siguiente, lo mismo. Se saludaron, hablaron, jugaron cada uno con sus niños y se despidieron.

Un día en la plaza, mientras conversaban con Diana, así se llamaba la mujer negra, a la plaza llegó la madre del niño, la jefa, la patrona. Diana se puso nerviosa, como si la hubieran pillado en algo malo. Juan, sentado al lado de ella en el pasto sobre una manta de polar, atinó a ponerse de pie. -Te hiciste de amigos, Diana. Muy bien- dijo la mujer mirando a Juan. Mientras Diana se apuraba a guardar todo en el coche y ayudar a poner al niño en la silla del auto, Juan miraba de reojo la escena. Con el niño ya instalado en la SUV de la mamá, Juan alcanzó a captar lo que se podría interpretar como una reprimenda. Diana se mantenía inmóvil con las manos en la cintura y su jefa le hablaba moviendo su dedo índice de un lado a otro. Quiso pensar que no era por él. Que la mujer no osaría meterse en un asunto así. Que no limitaría la libertad de la persona que trabajaba en su casa, con su hijo. No, pensó. Cómo podría ser eso.

El día siguiente, Juan se saltó la rutina y fueron a casa de su mamá con el niño. Era sábado y a veces salían a almorzar los tres. Por momentos, Juan parecía estar en otro lado y se sorprendió deseando que llegara el lunes para volver a la plaza con su hijo. Llegó el lunes y fueron a la plaza. Había amanecido nublado. Buscó a Diana pero no la encontró. Bah, pensó. Seguramente llegará después. Columpió a su hijo, se lanzaron una pelota un rato y después lo recibió varias veces en el resbalín, siempre mirando hacia un punto de la plaza desde donde esperaba ver a Diana llegar. Pero no llegó. Cuando ya estaba listo para irse, recibió un email. Era sobre una entrevista de trabajo. Se alegró, pero no demasiado. La entrevista era el miércoles. El martes volvió a la plaza, como siempre. Jugó con su hijo, miró el celular y se sentó en una banca a contemplar a la gente. Diana apareció, pero se mantuvo lejos, en la otra esquina de la plaza. Juan se dio vuelta a verla. Se puso de pie y la saludó a lo lejos con la mano. Diana respondió el saludo. Cuando llegó el momento de irse, pasó a su lado. Diana estaba recostada en el pasto con el niño sentado a sus pies. Juan le dijo chao sin detenerse, a la pasada. Diana le respondió con una sonrisa.

Al otro día fue a la entrevista y quedó de inmediato. La rutina que había domesticado por semanas, llegaba a su fin. Su hijo entraba de nuevo al jardín.

Un día salió temprano del trabajo y se fue a buscar a su hijo al jardín para, una vez más, ir a la plaza. Quería volver a tener una de esas tardes del verano recién pasado. Por eso apenas llegaron buscó a Diana con la mirada sólo para encontrarse con el niño, en el coche, pero empujado por otra mujer. Por otra nana. Se quedó mirándola por unos segundos, como esperando que hubiera un error. Pero su cara de sorpresa fue advertida por la nueva mujer. Al darse cuenta, Juan volvió la mirada al frente, mientras su hijo en el columpio esperaba por un empujón más.