lunes, 10 de agosto de 2015

Consejos de un abuelo moribundo a su nieto

Mi intención con esta carta es dejarte por escrito las grandes cosas que aprendí en estos 97 años de vida. Una de las más relevantes es esta:

El microhondas y el hornito eléctrico no sólo sirven para calentar comida, también sirven para secar ropa. 

Tu abuela probablemente no va a estar de acuerdo, pero créeme cuando te lo digo: funciona perfecto con el trapo de cocina que queda todo mojado después de secar la loza, mejor aún con un par de calzoncillos aún mojados después de la secadora. Ignora a toda esa gente que te cuestionará y muy segura de sí y con grandes ojos abiertos te dirá:

¿¡Acaso te volviste loco, maldito demente, cómo se te ocurre meter una prenda inflamable dentro de un aparato que funciona a más de 200 grados?!

Pero tú mantente firme. La gente cree muchas cosas, pero no por eso van a ser ciertas. Hay gente que cree que una cerveza sin alcohol es una cerveza, otros creen que tocar la bocina en un taco hace aparecer al genio de los tacos, el cual te transporta de inmediato a tu casa cuando lo llamas, muchos otros se han convencido que si revisan el celular dentro de un ascensor lleno de extraños éste avanzará sin parar hasta llegar a su piso; hay de todo, hijo mío, pero no por eso vamos a llamar a toda esa gente estúpida. ¿Idiotas? Por qué no.

Lo importante es que sepas que nunca debes dar nada por sentado cuando de electrodomésticos se trata. Sin ir más lejos, uno de los momentos más reveladores de mi pasada por este mundo fue cuando descubrí que el secador de pelo, en realidad, era un secador corporal de alta sofisticación, oculto a los ojos de la humanidad quién sabe por qué. Olvídate de las toallas, que dejan humedad en los rincones más insólitos del cuerpo. Quédate sólo con el secador. Pero no cualquiera, mi recomendación es ir por los de 2000 watts hacia arriba. Nunca más vivirás la terrible experiencia de ponerte un calcetín que cuesta que suba por culpa de un pie aún mojado.

Cuando subas por una escalera mecánica, hazte a la derecha. Deja a tu izquierda el espacio necesario para que el idiota que cree que el mundo va a explotar si no llega 15 segundos antes, pueda subir corriendo y crea su fantasía. La verdad es que ese maldito idiota podrías ser tú al día siguiente.

Sobre las mujeres, qué te puedo decir. Nunca respondas sinceramente a las siguientes preguntas:


  • ¿Me veo gorda con este vestido, cierto?
  • ¿Te molesta si llevamos a mi mamá?
  • ¿Con quién te estás whatsapeando, con la pesadita tu compañera de pega?
  • ¿Te enojaste porque te dejé solo todo el sábado con nada más que la TV y un par de cervezas?
En el cine, no seas de los que lleva un saco de cabritas, un balde de bebida y pregunta todo al acompañante o celebra con gritos y alaridos las partes emocionantes de la película. Si ha de tocarte uno de esos al lado tuyo, trata de no cometer nada ilegal, como introducirle a la fuerza el celular por la garganta. Y ya que estamos hablando de cinematografía aquí, mi consejo para entregarse de lleno al séptimo arte y emocionarse y sentir verdaderamente que esa experiencia de dos horas fue trascendente, es el siguiente: anda a las funciones de la mañana. No hay mejor que tener la sala para ti y hacer lo que más nos gusta en el cine, que es obviamente dormir las partes aburridas. 


Tampoco temas experimentar en tu vida, hijo querido. No sólo tenemos la posibilidad de escoger la mayonesa y el ketchup, hay todo un mundo hoy en día cuando de condimentos se trata. ¿Mi consejo? Dale con el ají diaguita, hasta una tortilla de coliflor queda rica con ese condimento de los dioses.
Eso sería todo, mi querido nieto. Me siento débil y me cuesta respirar, quizá por el hecho de que te estás apoyando en mi válvula de oxígeno. Eso, gracias por pararte. Como te decía, quizá no todo esto que te dije sea verdad, pero de algo sí estoy seguro: el hornito eléctrico y el trapo mojado para secar la loza no tienen por qué vivir separados uno del otro.



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