martes, 16 de abril de 2019

Sorpresa

Hace poco fui al cumpleaños de una vieja amiga del colegio. Iba a ir con mi esposa, pero por alguna razón que no recuerdo peleamos y tuve que ir solo. El asunto es que había harta gente y todos hablaban entre ellos; yo, por mi lado, no conocía a nadie y fumé cigarros mirando el edificio de enfrente por un buen rato a varios metros de lo que pasaba adentro. Aún cuando no alcanzaba a llevar una hora en la fiesta, pensé que sería prudente y hasta digno irse. Pero de pronto una chica se instaló a fumar en el balcón y aproveché la oportunidad para conversarle y evitar la explicaciones de una fuga temprana. El tema de los hijos nos mantuvo ocupados por largos minutos. Pero así como llegó se fue. Y volví a quedarme solo esperando el momento justo para despedirme de la cumpleañera y desaparecer.  Cuando lo encontré, mi amiga sacó la voz para anunciar una sorpresa. Su pololo, psicólogo aficionado a la magia, nos haría un par de trucos. -Quédate diez minutos, te va a gustar- me dijo ella tomándome del brazo. Me quedé. Para el primer truco, el mago partió preguntándonos por un billete grande, de $10.000 o $20.000, a los doce o quince que estábamos sentados en círculo en ese pequeño living . Como sólo fumo en reuniones sociales, me había preocupado de sacar plata del cajero para comprar una cajetilla, por lo que andaba con billetes. Le pasé uno de diez mil. Lo tomó, hizo unos movimientos con las manos en alto y realizó el truco. Y el truco era, aunque sencillo y probablemente básico para cualquier mago de respeto, emocionante de ver en vivo. Uno nunca sabrá cómo lo convirtió en uno de mil, sólo con sus manos, para después volverlo a su estado original y hacer un par de chistes al mismo tiempo. No había duda: el mago nos estaba encantando. Siguió con algo más mental, como dijo él. Nos hizo a todos dibujar algo sencillo en un papel, que debíamos doblar y depositar en un sombrero. Él, sin ver nada, sacaría uno al azar y adivinaría quién lo hizo. Y partió. Mirando detenidamente a cada uno con el papel en la mano, se dio el lujo de bromear entre medio, de despistarnos brevemente con alguna historia y así, fue descubriendo al autor de cada dibujo y lo mejor, explicando porqué esto no era magia, sino que psicología y práctica. Después de un 100% de efectividad, no exagero si digo que nos tenía en la palma de su mano. Nos reíamos solos y el público pedía más. Los 10 minutos ahora iban en 30. Perdí el Cabify y no me importó, quería más magia.










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